Lo que callamos los que escribimos. Crónica de una sistemática vulneración de derechos fundamentales
Lo que callamos los que escribimos. Crónica de una sistemática vulneración de derechos fundamentales
Abogado por la Universidad Católica de Santa María (Perú). Egresado de los Doctorados en Derecho y Administración, y de las Maestrías en Derecho Empresarial y Derecho Penal, por la Universidad Nacional Federico Villarreal . Miembro del Comité Científico Internacional del Instituto Jurídico Internacional de Turín (Italia). Experto en Derecho Empresarial y Administrativo.
No es un secreto que quienes se dedican al fascinante como glorioso mundo del investigador, el mismo que se centra basilarmente en escribir (y publicar), ya sea por hobby, contribuir o aportar a una ciencia o disciplina —en el presente caso, también a la juridicidad— compartir puntos de vista o experiencias, perpetuarse en el tiempo y espacio, entre otros; ciertamente no cuentan con el camino llano o confabulante para ello.
"Tienes que hacer del escribir tu forma de respirar"
En ese sentido, en la presente entrega nos ocuparemos a lo que acontece como consecuencia de escribir, en la arista correspondiente en el entorno más íntimo de quien escribe, esto es, en su hogar, su afecto, su familia, su círculo más cercano.
Al inicio de estas líneas, referimos a lo que consideramos genera en el autor, es de verse entonces, que existe para los que escriben, una realidad paralela, épica, aveces titánica, que no sabe de plazos, ni horarios. Disfrutan escribir con una pasión y entrega cannabiesca.
Y es que, para un verdadero investigador, la investigación, reflexión, digitalización de sus aportes y sobre todo, su publicaciؚón, resulta ser unismismable a una sensación increíblemente indescriptible, una suerte de realización profesional y académica. De dicha en demasía. Demás está decir, que si las publicaciones son periódicas, el mencionado efecto es permanente, continuado.
Navegar en las profundidades de ese mundo impar, comporta innegociablemente: abstracción y completa atención. Las horas, días y años suelen pasar, mientras que el autor no pocas veces ni se entera. Entonces, no hay fines de semana ni feriados que se salven de la voracidad inspirativa de quien escribe, para ser dedicados inexcusablemente como casi a hurtadillas, a escribir.
El escritor se encuentra enfrascado en sus edificantes sueños y empeños, ya sean éstos, la elaboración de trabajos o entregas destinados a: ensayos, artículos, columnas, libros, tratados. No ve las horas de llegar a casa, para poder entregarse con los brazos abiertos a sus investigaciones, a su producción intelectual, a su quintaesencia. Ya ni cenar quisiera con los suyos (pues, desearía hacerlo al frente de su fiel monitor), o si lo hace, son segundos los que emplea para ello.
Su empresa le depara concentración casi absoluta. Si se encuentra escribiendo y entonces suena el teléfono y decide contestar, lo más probable es que la inspiración de abandone ingrata ipso facto, puesto que, las —ideas, comentarios, reflexiones y demás—que fluían generosas y celestiales antes del fatídico timbrado telefónico, simplemente desaparecerán y tal vez, para nunca más volver. Lo mismo aplica para otro tipo de interrupción. Ello, sumirá inevitablemente en un estado de desconcierto y desasosiego al escritor interrumpido.
A propósito, difícil aunque no imposible, será poder contar con la total comprensiؚón y apoyo, con que en vida contaba el gran constitucionalista Pedro Planas Silva, cuando su señora esposa declaró en un reportaje que le hicieran al mismo, que ella lo esperaba pacientemente cada noche hasta el amanecer, hasta que él termine de escribir. Más adelante comprobaremos que ello no tendría que haber sido necesariamente así, pues, el manto de la injusticia resulta irrefutable.
Empero, la capacidad propositiva va mas allá, pues, quien escribe precisa también aveces, poder afinar como agudizar su pluma, pero, también producir más, mucho más rápido. Al respecto, no deja llamar la atención el consejo que le pidió un joven escritor al nobel Mario Vargas Llosa. Sin embargo, la respuesta no fue menor: “Tienes que hacer del escribir tu forma de respirar”, le dijo.
No obstante, el escribir representa un costo elevado adicional e innegablemente nada saludable, pero, no necesariamente en contra del escritor, sino más bien, en contra de quienes se encuentran en su entorno cercano, familiar.
Quienes conviven con quien escribe, parecen no entender mucho su pasión, su misión, la misma que es ejercida también casi religiosamente, en horas posteriores a las de labor diaria.
Muchas veces, ellos padecen casi de manera permanente a quien escribe, el mismo que se ha convertido en el ser ausente sin salir de casa, es decir, que se encuentra presente, pero digamos que, solo físicamente. Y como contraparte, ellos, en los seres que esperan, esperan, esperan…
Los integrantes de la familia de quien escribe, precisan compartir valiosos e inolvidables momentos con él, pero ello es casi imposible, es una guerra prácticamente perdida. El que escribe se encuentra ensimismado en su misión cuasi fanática como espartana. No puede detenerse. La voluntad de crear es más fuerte.
El hijo menor de quien escribe, desea jugar con él, reir con él, abrazarlo, que lo abrace… Por su parte, la esposa también precisa conversar, compartir, planificar… Si quien escribe es soltero, entonces sus hermanos y sus padres, también necesitan interactuar como parte su familia. Pero, su apetito por escribir es voraz, infinito.
Tanto así, que en una oportunidad, un reconocido jurista dedicó su libro a su menor hijo, haciendo mención que el mismo se refería al tiempo y dedicación que éste empleaba en su elaboración, con un letánico: “cuento de nunca acabar”.
No en vano Jaime Bayly señalaba acerca del incomprendido oficio del escribidor, como: “No hay trono más egoísta que el del escritor”, pues, acapara casi todo el tiempo y dedicación a su pasión investigativa y como consecuencia, el resto simplemente desaparece para él.
Entonces, es de verse que no todo es felicidad, en la vida que rodea a quien escribe. Y si el escribir comporta poseer un don, que dicho sea de paso, no todas las personas tienen. Sin embargo, una sombra muy oscura persigue diligente al escribidor. La consabida frase: “Tu don será tu látigo”, aterriza de la peor como más dura manera posible. Entonces, casi peca de ser un candil del derecho y oscuridad de su hogar al mismo tiempo.
Al respecto, algunos colegas han decidido poner las barbas en remojo, dedicando un día a la semana —únicamente el domingo— de manera íntegra a la familia (calidad de tiempo, en desmedro de la cantidad de tiempo). Pero, ciertamente no necesariamente funciona, toda vez que por ejemplo: resulta impracticable tomar siete desayunos con la familia —seis por los anteriores días y uno por el mencionado día—. Es que, ese tiempo dispuesto y que se busca infructuosamente compensar, no recuperará jamás.
En ese orden de ideas, es preciso dejar constancia que ante el ejercicio esforzado y comprometido a sangre y fuego por escribir por el autor de turno; la sistemática vulneración de no pocos derechos fundamentales de quienes lo rodean, se hace presente y así tenemos entre otros: i) A disfrutar del tiempo libre, ii) Al libre desarrollo de la personalidad, iii) A la tranquilidad, iv) A la sociabilización; principalmente.
Lo mencionado, también menoscaba la tranquilidad de quien escribe (aunque, tal vez en menor medida) y como consecuencia de su insuperable dedicación, más temprano que tarde le terminará también pasando la respectiva factura; como por ejemplo: alejamiento del afecto de los suyos, remordimientos incesantes, por decir lo menos.
Y es que claramente el escribir —que pertenece a la academia— como hemos apreciado no viene solo, tiene un serio bemol. Ante el cual, postulamos a quienes escriben, a no callar más y apostar más bien por la armonización y empatía, a efectos de poder compartir una sana como conveniente interrelación con los suyos, esto es, procurar un equilibrio, un justo medio, en pro de una convivencia familiar unida, comunicada y equilibradamente construida; acompañada a su vez, de una irrestricta observancia y defensa de los derechos fundamentales de los miembros de sus familias.